enero 11, 2009

LA CASA DE LA RISA

...¿Por qué estoy aquí? Esa es su pregunta, que por qué estoy aquí. Pues estoy aquí porque quise matarla. ¿Por qué el intento de homicidio? Bueno señor oficial, ella me tenía harto. Y aquella que se interpuso para que no lo hiciese; esa está aun peor que yo. Ellas están aquí con nosotros, pero no hablaban. Sólo me susurran al oído, principalmente esa necia que debería estar muerta. Me dice cosas sin sentido. ¿Por qué no habla usted con ella? Dígale que me deje en paz. Ya no quiero escucharla... Sí, me imagino que incluso usted prefiere no hablarle. No hay problema, hable conmigo si eso prefiere.

Le convenía, ¿sabe? A la otra... eso de deshacerme de aquella. Quizás haciéndolo, hubiese sido más feliz. Siempre he estado con ella; juntos. Sí, desde la infancia. Vivíamos felices, hasta que conocí a la otra en mi adolescencia. Fue cuando empezamos a salir, a escondidas para no ser descubiertos, pero que va, todos sabían, todos se habían dado cuenta, y la otra no era la excepción. No, no. A la que conocí en la adolescencia fue a la que quise matar. Mire, para que no se confunda: A la que quise eliminar le llamaré “L”, y a la que tengo desde pequeño la llamaré “C”. No quiero ni mencionar sus nombres. Muy bien...
Empecé a salir con “L” en la adolescencia... ¿Perdón? Ah, tengo 19 años señor... Bueno, le decía que salía con “L” a espaldas de “C”. A decir verdad, yo conocía a “L” desde hace mucho tiempo. Es hermana de “C”, ¿entiende ahora? Sin embargo nunca se han llevado bien. Realmente, en la vida pensé que le importaría o no que nos librara de esa mentecata. Le dije que la conocí en la adolescencia, porque nunca antes habíamos hablado realmente, sólo unas conversaciones incoherentes y una que otra risa descontrolada por alguna tontería que hacía. Ella sabía que salía con su hermana “C”. Eso le llamó mucho la atención y empezó a tentarme: Aparecía de súbito en mi casa a media tarde, me quitaba la ropa y se iba cuando veía llegar a “C”, quien me encontraba completamente desnudo.

Una vez tuve una fuerte discusión con “C”. En verdad fue bastante fuerte. Peleamos y se marchó. “L” escuchó la riña y se me acercó. Me tomó del brazo y salimos a dar una vuelta, para “pintar los cielos de verde”, según decía ella. No hablé con “C” durante tres meses. Todo ese tiempo lo pasé con su “querida” hermana. Me gustaba “L” porque era excitante. Podía desconectarme del mundo sin prestarle atención a nada, únicamente vivía el momento. Luego de aquellos tres meses, “C” volvió, y mi familia jamás estuvo más contenta. Mi familia detestaba a “L”, pero a mí, bueno... me gustaba. Cuando “C” regresó, prometí no volver a hablar con “L”. Ahí empezó o empeoró el problema. “L” y “C” discutían fieramente frente a mí y mi familia, y los amenazaba constantemente. Recibía llamadas a las dos de la madrugada las cuales me alteraban sobremanera. Llamamos varias veces a la policía, e incluso se me ofreció protección, pero fue demasiado tarde. Hubo un atentado que me dejo en el hospital por unos tres días, bajo el escrutinio de doctores y policías de batas blancas. “L” no aparecía por ningún lado. Se hubo escondido bajo una roca o algo por el estilo, o por lo menos viajado hasta el lado oscuro del sol.

“L” no asomó su desquiciada presencia durante semanas. Sabía que la buscaban desde el Averno hasta Saturno. Me mantuve con “C” todo el tiempo, hasta anteayer. Ella llegó repentinamente en la mañana. Atacó rápido como Lince, acorralando de manera violencia a mi familia. Me tomó de un brazo y salimos a bailar en ardiente desenfreno.

Llegamos hasta una concurrida calle. Escuchaba a mi madre llorar y a mi padre hablarle con calma a la agresora. “C”, quien se encontraba conmigo, se hubo desmayado. “L” decía incongruencias, como que “ahora nunca me dejaría y que estaríamos unidos siempre”. Fue cuando me sujetó por el cuello para asfixiarme. Miré a los ojos a la desgraciada y entendí que en verdad me quitaría la vida. Hallé la forma de hacerla por el cuello. Nadie podía hacer nada para detenernos. Miré a mí alrededor y todos nos miraban como embelesados, paralizados por el miedo. Miré nuevamente a la muerte que me oprimía el cuello. Le ejercí más fuerza, pero no me soltaba la muy bribona. La bellaca esa tenía la fuerza de un loco. Ambos cerrábamos los ojos sucumbiendo ante el sueño que llegaba con cada segundo. “C” despertó y al verme me separó de ella. Caímos al suelo por el cansancio. Creo que luego de lo ocurrido llegó usted, y bueno, el resto ya lo conoce, estamos aquí, ¿no? En lo físico me siento bien, no me duele tanto el cuello ahora, pero me preocupa que “C” no me hable con frecuencia, y que la otra siga hablado conmigo sin callar jamás. Todo esto es culpa de esa tal “L”. Es una loca la Locura esa. No es nada parecida a su hermana Cordura. Desgraciada sea, desgraciada. Condenada sea por toda la vida. Casi me mata.

Locura; por esa diabla estoy aquí, encerrado en esta prisión de paredes de algodón, rodeado de criminales sin juicio que se burlan de sí mismos, vistiendo uniformes de camisas blancas llenas de ataduras.


Allis S. Tapia Díaz.

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